“REAL - ACTO”
Fue el domingo anterior.
Decidió llevar al parque a su pequeño para que disfrutase al menos un par de horas con otros niños y respirase aire puro.
Deseaba llevarle a la playa como le recomendó el pediatra, tras padecer su hijo una fuerte varicela, pero no tenía fuerzas…y el día estaba algo extraño, cambiante….o así se lo parecía.
Cuando llegaron, el niño disfrutaba feliz…el parque lo habían renovado con juegos nuevos, algunos, propios para auténticos equilibristas circenses…
(Siempre pensó que quien diseñaba los parques infantiles, era un kamikaze psicópata, o no tenía hijos…u odiaba a los niños).
La melancolía la arrastraba con disimulo, pero su cabeza no dejaba de dar vueltas a los cientos de problemas y preocupaciones graves que la atormentaban día y noche.
Apenas dormía. Trabajaba sin dar abasto. Y aún así, siempre le faltaba tiempo para todo.
No sabía como podría alimentar a su hijo esa semana. Ni cómo pagar el agua, la luz, medicinas…y tantas cosas básicas, necesarias. Había malvendido casi de todo.
Decidió relajarse…observar….intentar imaginar algo divertido para narrar…su amigo le había dado una hermosa idea…pero no cuajaba en su mente.
Se sentía demasiado agotada desde hacía mucho tiempo. Sin contar sus serias enfermedades, casi sin tratamiento por no poder costearlos.
Los dolores indescriptibles que padecía con frecuencia, eran cada vez más fuertes.
El buen humor siempre la había ayudado a sobrellevar el calvario de su vida.
A veces, sentía que había vivido mil años…intensamente.
Ajada.
Envejecida prematuramente en pocos años.
El sol relucía en todo su esplendor. Es primavera.
La necesidad de empaparse de belleza le hacía esforzarse en poner toda su voluntad en ello.
Necesitaba paz. Serenidad…sonreír a su hijito, que la miraba de reojo sin dejar de hacer malabarismos con aquellos infernales artefactos del parque.
Las hojas de los árboles no se movían. Ni siquiera las de las altas y majestuosas palmeras bajo cuyas sombras se cobijaba.
Pero el suelo, el césped y la arena, estaban cubiertos con un manto de hojas secas. Como en otoño, pensó...¡qué extraño!.
Llevaba días elucubrando una historia de misterio, con final humorístico, tierno…reflexivo.
Y en la tarea de recrearse en ello, seguía absorbiendo el bullicio de las risas, gritos y algarabías de los más de cincuenta niños con sus respectivas familias que disfrutaban del día.
Hermoso.
Escribiría sobre ésos momentos…con algún final sorprendente… ¿pero qué…?...ni idea.
Comenzaba a sentirse bien. Disfrutando del entorno. Pensando en sus amigas y amigos.
Pensamientos positivos de amor y paz lanzados como misiles hacia el universo…
Sonó el teléfono móvil: era su “oficialmente” marido…aunque nunca ejerció como tal.
Sintió una punzada en el estómago.
Como un puñal toledano atravesándole las entrañas.
No dejaba de pensar en él, ni en todo el horror que estaban sufriendo su hijito y ella.
Ya tenía la historia escrita en su mente.
¡No estaba mal, era buena, diferente…!
Aceptó la llamada. ¿Qué querría ahora? Le temía. Con sobradas razones.
Al escucharle, solo oyó una frase:” Pedro ha muerto; Lo entierran ésta tarde. Voy a ir…”
Fue incapaz de escuchar más…
Un escalofrío brutal recorrió todo su cuerpo desde la piel a los huesos, hasta helarle la médula.
No acertaba a decir una palabra…sollozaba en silencio, mientras lágrimas de lava quemaban su rostro, el corazón con taquicardia.
Las arterias de su cabeza parecían a punto de reventar. El dolor y las náuseas se hacían dueños de ella.
El escalofrío, ya era un frío invernal.
Desde sus entrañas, parecía expandirse a su alrededor.
¡Dios, no!, ¡Pedro!, su gran y amado amigo, Hombre Bueno y Buen hombre.
Le conocía desde que nació. Sabía que llevaba tiempo enfermo.
Pero no estaba tan grave…
Él fue quien le presentó a su actual marido, hacía ya más de quince años.
Justo cuando hacía siete años que había enviudado. Con un hijo mayor adolescente.
Le animó a acabar sus estudios, truncados hacía años de otra de sus aficiones en la Universidad. …sólo le quedaban unas asignaturas sueltas para acabar la carrera, entre otras muchas que ya había terminado.
Su actual marido, entonces en el seminario mayor, le animó, junto a Pedro, a retomarlos….y así lo hizo.
Comenzando una gran amistad que cinco años después acabó en amor.
Se casaron, y tuvieron a ése pequeño hijo, que adoraba como un regalo de Dios a todas sus penas y sinsabores.
La vida nunca fue fácil para ella.
Desde niña padeció múltiples desgracias.
Miles de recuerdos llegaron a su mente…con Pedro, con su marido:
Todas las vicisitudes experimentadas en los últimos años…nada fáciles.
Y que empeoraban día a día.
Lamentaba profundamente no haber ido a visitarlo desde hacía bastante tiempo.
Le adoraba.
Ya no había remedio.
Colgó el teléfono.
Seguía sonando, pero estaba paralizada.
No deseaba escuchar más. No podía.
De pronto, su hijo, que hacía unos segundos estaba a más de cincuenta metros, apareció a su
lado peguntándole :“mamá, ¿qué te pasa?, miré y te vi con la cabeza apoyada en la rodilla…”
Le explicó un poco.
Volvió a recuperar el “control” a duras penas…y le sonrió, aunque el llanto era evidente.
Su rostro siempre le delataba.
Por mucho que intentase disimular, todo su ser era un libro abierto hacia su alma.
Sobre todo, la mirada. Y más en quienes la conocían al menos un poco.
Nunca engañó, mintió…ni entendía a quien lo hacía… ¿para qué?, ¿por qué?
Es uno de los defectos que no toleraba, dañino, destructor y absurdo, además.
Prefería callar…pero tampoco podía disimular aunque se lo propusiese.
El niño, extremadamente empático, con una capacidad inusual e incomprensible para sentir y presentir… la consolaba mientras ella trataba de sonreír, contándole cosas hermosas sobre su amigo fallecido.
"Mamá, no estés triste" -dijo el niño-. "Él está feliz con papá Dios en “la otra dimensión”.
Puedes verlo, ¿verdad?...cierra los ojos…mira cómo sonríe.
Está muy bien allí mamá. Y puede volar… ¿a que sí?, ¿a que ahora puede volar ?...”
Sí…
Así estaba siempre Pedro: sonriendo.
Todos sus recuerdos, en lo bueno y malo, eran con su sonrisa.
Alentadora.
Optimista.
Sabio. Sencillo...Bueno
"Anda, ve de nuevo a jugar…no pasa nada, hijito. Estoy bien… "
Logró balbucear con serenidad...aparente. Quizá producto del shock
El cielo se nubló de imprevisto.
Soplaba un fuerte y helado viento. Drástico…acompañaba el clima a su ánimo.
Las hojas de los árboles zumbaban en sus oídos como una tétrica música.
Se irguió. Volviendo a vigilar los juegos del niño.
Al tiempo, las plácidas palmeras del parque se doblaban por la fuerza del viento que las azotaba repentinamente…
Como queriendo doblegarse en su lugar, acompañándola en su duelo.
Algunas gotas de lluvia comenzaron a llorar por ella.
Todo se volvió gris.
Sin luz… el final que imaginó para su escrito, había dado un vuelco de ciento ochenta grados.
Volvió a sonreír a su hijo, que seguía mirándola de vez en cuando, pendiente de ella.
Una mezcla de sentimientos encontrados la hacían sentirse cada vez peor.
Los minutos le parecían horas… decidió regresar a casa.
Su pequeño la abrazaba y besaba, en silencio.
Ella no deseaba trasmitirle su angustia…y le invitó a correr durante el camino.
El bullicio y la algarabía de la vida bullían en el parque. En la calle. En las aceras.
Pero ya no los escuchaba con deleite. No oía.
No hablaba apenas… solo su cabeza no dejaba de dar vueltas a mil cosas pendientes, sumadas a su amargura.
La gente reía. Familias paseando en bicicletas…otros haciendo deporte al aire libre.
Tomando aperitivos en las terrazas… o instando a sus hijos a marcharse para almorzar.
Sí…la vida sigue, como siempre.
O no.
Como siempre, no.
Nunca.
Pero… la función, debe continuar.
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Nieves Mª Merino Guerra
Abril - 2012
Gran Canaria - España
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